Eran unas noticias extraordinarias. Ahora entendía el regalo del anterior taxista. Ahora tenía el poder de ser cualquier persona que deseara entre las muchas que se sientan en el taxi mágico. Podría ser un millonario, o un político de fama o la hija de ese político o la modelo más cotizada de las pasarelas mundiales si conseguían que se subieran a mi taxi. Pero ninguna de esas opciones me interesaba.
Desde el mismo instante en que terminé de leer el diario ya sabía con quién cambiar de cuerpo.
Durante días
esperé delante de la casa de Laura. A veces no servía de nada, porque ella
salía a hacer footing por las cercanías o a hacía las compras en las tiendas
del barrio. Durante días la esperé tranquilamente sentado en mi taxi hasta que,
la vi salir y hacer un gesto para detener un taxi y allí estaba yo. Subió a mi
coche y me pidió que la llevara a la facultad de medicina donde ella estudiaba.
Era una distancia corta y tardaría menos tiempo en recorrerla que el necesario
para activar la magia del taxi. Así que decidí alargarla comentando que había
obras y el camino más corto estaba cortado. Cuando llegamos, ella me dio un
billete de 50 dólares para pagar el viaje, y yo le dije:
- “Qué tenga
un buen día señorita Laura, yo le daré saludos a tu madre, mi hermana… y
quédate el cambio” Ella me miró con los ojos asustados, pero fue solo un
segundo, porque inmediatamente estaba sentada al volante del taxi y dentro del
apestoso cuerpo de su conductor.
Y salí del
taxi en el cuerpo de Laura, en el bello cuerpo de mi sobrina.
Con la
intención de atormentar a mi hermana, ahora mi madre, la borracha culpable de
que me cortaran las piernas y la vieja que por culpa de la edad y el alcohol ya
no puede usar las dos piernas y a la que yo debo ayudar a subirse en una silla
de ruedas.
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